Publicado: 22 de Marzo de 2024

De unos años a esta parte, todo el mundo parece buscar su propósito en la vida, lo que los japoneses llamarían ikigai. Para que nuestra existencia tenga sentido, necesitamos tener un motivo para levantarnos de la cama, algo que nos impulse y que nos dé dirección, especialmente en tiempos de incertidumbre.


Este anhelo es lo que empuja a Izan, el joven protagonista de la fábula ¿Para qué he venido a este mundo?, a escapar de su casa para echarse a los caminos en busca de su propósito. En palabras de su autor, Tony Estruch: “Todo ser humano se enfrenta antes o después a uno de estos dos dolores: o asumes el dolor de no ser tú mismo para complacer al resto, o aceptas el dolor de ser tú y de que algunas personas se alejen de ti, o incluso te rechacen, porque no aprueban tus decisiones vitales”.


Hay quien desearía llevar una existencia totalmente distinta a la que tiene, pero se queda en una estrecha e incómoda zona de confort por miedo a fracasar o a ser menospreciado por el mundo conocido y familiar.


Sin embargo, ¿qué sucede cuando desaprobamos nuestra realidad, pero tampoco tenemos una alternativa? Bertolt Brecht ilustró de manera muy gráfica este tipo de crisis existencial en su célebre poema El cambio de la rueda: “Estoy sentado al borde de la carretera. / El chófer cambia la rueda. / No me gusta el lugar de donde vengo. / No me gusta el lugar adonde voy. / ¿Por qué miro el cambio de rueda con tanta impaciencia?”.


Tal vez porque, mientras el viajero está en movimiento, al menos tiene la ilusión de que va hacia algún sitio. ¿Cómo descubrir nuestro propósito cuando nos sentimos perdidos y no sospechamos siquiera cuál puede ser nuestra misión en el mundo?


Hay tres vías que pueden ayudarnos en esa búsqueda:


Autoconocimiento. Si no sé quién soy, difícilmente podré hallar mi propósito, porque este va muy ligado al talento. Cuando una persona toma conciencia de que tiene un don para escuchar, por ejemplo, eso puede hacerla proyectarse como futura terapeuta, coach o consultora. Por lo tanto, merece la pena detenernos en lo que podemos ofrecer al mundo para, desde ahí, dar forma al propósito.


Exploración. El sentido de la vida no vendrá a buscarnos por arte de magia al sofá. Tal como afirmaban los existencialistas, debemos crearlo. Y para ello hay que salir al mundo para aumentar el ancho de banda de nuestras experiencias. Conversar con personas distintas —algunas de las cuales pueden haber encontrado ya su propósito—, participar en proyectos que nos saquen de nuestra rutina, asistir a conferencias, leer libros o ver películas distintas de las habituales. En suma, salir del cascarón.


Prueba y error. Así avanza la ciencia experimental: se van intentando distintas posibilidades hasta que una de ellas “enciende la bombilla”, como le sucedió a Edison tras probar un millar de filamentos que no funcionaron. Esto también opera a la hora de encontrar una pasión. “A través de lo que no te gusta se llega a lo que te gusta”, decía Alejandro Jodorowsky. Si uno ha sido infeliz en todas las oficinas en las que ha trabajado, es muy posible que esté en su elemento si es freelance. Por descartar, nos vamos acercando al ikigai.


Estas pistas pueden llevar a encontrar una vocación, un propósito en la vida, aunque quizás uno no llegue a considerarlo su “misión en el mundo”. Para ello es necesario que se dé una condición más: que aquello que hacemos tenga un impacto positivo en la humanidad.


Hablamos de esto en su momento al analizar en esta sección lo que en Estados Unidos se llamó the great resignation, la gran renuncia, cuando millones de personas dejaron sus empleos al final de la pandemia porque no les aportaban crecimiento ni tampoco sentían que mejoraban el mundo de una manera concreta.


Esto nos lleva a una cuarta vía para hallar nuestro propósito en la vida: partir de lo que el mundo necesita. Si percibo, por ejemplo, que a mi alrededor falta amabilidad, porque impera la agresividad y la polarización, puedo acudir a mis talentos y ver cómo puedo enfocarlos a este fin.


Simplificando, nos podemos hacer la pregunta: ¿cómo y dónde podemos ser más útil al mundo? Tal vez hasta ahora hemos estado picando piedra en una determinada dirección, pero la vida nos muestra otro camino donde nuestros esfuerzos tendrán más impacto.


Por este motivo, una existencia con propósito a menudo se encuentra en la confluencia entre lo que uno espera de la vida y lo que la vida espera de uno.


El qué, el cómo y el porqué

— En el mundo corporativo, uno de los autores que más ha trabajado en el sentido de la vida es Simon Sinek, que establece tres niveles de evolución. Suele ponerse de ejemplo la filosofía de Steve Jobs en Apple.


— El primer nivel es QUÉ haces. En el caso de Apple, la respuesta es: “Hacemos ordenadores personales”.


— El segundo nivel es CÓMO lo haces. Jobs habría respondido: “Nuestros productos son bellos y fáciles de usar”.


— El nivel superior es POR QUÉ. La razón de Apple era: “Desafiar el statu quo y hacer las cosas de forma diferente”.


— Analizar el qué, el cómo y el por qué nos permitirá profundizar en las verdaderas motivaciones que subyacen a lo que hacemos. Y si no hay un porqué, entonces quizás necesitamos buscar una misión más significativa en otro lugar.


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