Publicado: 14 de Julio de 2022

Las olas de calor ya no son una excepción, algo puntual durante el verano, sino algo que se espera que suceda con frecuencia durante estos meses. Los termómetros alcanzan temperaturas máximas dignas del desierto y las mínimas no bajan lo suficiente para dormir bien. Las recomendaciones que todos conocemos —mantenerse hidratado, no exponerse al sol o no hacer deporte en las horas centrales del día— están destinadas a evitar los golpes de calor y otros problemas en nuestra salud física. Sin embargo, la salud mental tampoco sale indemne de estos días.


Numerosos estudios llevan años relacionando el aumento de las temperaturas con cambios en nuestro estado de ánimo y comportamiento. Olas de calor que se relacionan con olas de crímenes, la tendencia a usar más el claxon cuando hace mucho calor (y más tendencia aún entre quien lleva las ventanillas bajadas y no viaja en una burbuja de aire acondicionado), el aumento del riesgo de feminicidios en olas de calor… También se incrementa en un 20% el riesgo de accidente de tráfico cuando la temperatura es muy alta y, si no nos hidratamos bien, cometemos errores similares a alguien que tenga un nivel de 0,8 g/l de alcohol en sangre.


En las urgencias psiquiátricas también se notan las olas de calor. Según una revisión de literatura científica publicada en 2021, por cada grado que aumentan las temperaturas, la mortalidad relacionada con la salud mental crece un 2,2%. Otro estudio, publicado en 2022, relaciona las olas de calor con un aumento de las visitas a urgencias por temas de salud mental.


“Un calor moderado nos anima, nos estimula a salir y a tener relaciones sociales”, explica Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo General de la Psicología de España. Sin embargo, cuando las temperaturas alcanzan valores extremos existe un impacto en nuestra conducta en general. “Se produce un descenso del rendimiento laboral, por ejemplo, y una cierta irritabilidad, si acaso mayor en personas más propensas e inestables. En las personas con depresión, con trastornos de ansiedad y otras patologías, este calor produce un estrés significativo y pueden experimentar más cambios de humor, más irritabilidad, más frustración. Están más debilitados en estos procesos de calor extremo”, señala.


Esto mismo fue lo que notó en consulta Aurora Gómez, psicóloga en Corio Psicología. Ella sabe que ciertas épocas del año pueden aumentar las visitas de ciertos pacientes, como por ejemplo las fechas navideñas y las personas con problemas familiares, pero el calor no selecciona. “Mi sorpresa fue que las olas de calor hacían que los pacientes, independientemente de su perfil psicológico, pudieran brotar por cualquier lado”, asegura.


Aunque las personas más vulnerables a los efectos del calor extremo sobre la salud mental son las que tienen patologías previas, en realidad cada grado extra aumenta el riesgo también para el resto de la población. Desde GISMAU, el Grupo de Investigación en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III, Cristina Linares y Julio Díaz explican que “la evidencia científica se va acumulando en torno a los trabajos que encuentran asociaciones robustas entre los episodios de olas de calor y el aumento de desórdenes emocionales y del comportamiento (incremento de la violencia y abuso de sustancias tóxicas: alcohol, medicamentos, drogas)”. Hay grupos de población “altamente vulnerables”, las personas que ya padecen una enfermedad mental, pero esto “no descarta al resto de personas”. Así, la población anciana o las personas con menor nivel socioeconómico, indican los expertos, pueden sufrir también una “agudización de procesos relacionados con la salud mental”.


Incomodidad y falta de sueño


Estar de peor humor cuando hace mucho calor es comprensible: nos encontramos mal, estamos incómodos y tenemos que seguir con nuestra vida. El calor y el mal humor se mezclan y a veces ni los distinguimos. “Hay mucha gente que tiene tendencia al enfado que no diferencia bien si está de verdad enfadada o solo tiene calor. Se nota sobre todo en niños, es una mala interpretación de la señal. Creen que están enfadados y buscan la razón a posteriori, pero si baja la temperatura, el ‘enfado’ se va”, explica Aurora Gómez.


La ciencia lleva también años intentando explicar el porqué de ese mal humor más allá de la incomodidad, cuáles son los mecanismos fisiológicos que nos vuelven huraños y agresivos cuando sube la temperatura. Según varios estudios, esos grados extra alteran los niveles y el equilibrio de la serotonina y dopamina, neurotransmisores relacionados con las emociones. Además, encadenar varios días y noches seguidos de temperaturas altas hace que nuestras estrategias de adaptación fisiológica y de comportamiento se vean perjudicadas.


A todo esto se le suma la falta de sueño. La temperatura ideal para dormir ronda los 17-18º C. En noches en las que las mínimas quedan lejos (por encima) de los 20 grados, las personas que no viven en casas bien aisladas o con sistemas de refrigeración no logran descansar. “Cuando dormimos realizamos bastantes tareas de reparación del cuerpo y, en concreto, del cerebro”, explica la psicóloga Aurora Gómez. En estas noches en las que la temperatura no baja, esa reparación no se realiza. “La gente que tenga obsesiones tendrá más, la gente que tenga depresión tendrá pensamientos más intrusivos. Cada uno va a ir hacia lo peor en lo suyo”, apunta.


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