Publicado: 11 de Julio de 2022

“Nada”, “ni una palabra”, “no se habla de eso”. Esa es la respuesta unánime de una decena de mujeres de diferentes edades sobre lo que saben o le han contado de la menopausia, una etapa vital que afronta la mitad del planeta: no saben nada, poco o menos les han hablado sobre ello a lo largo de su vida y cuando se la encuentran, persiste la espiral de silencio. No es una enfermedad, solo un proceso natural; pero el estigma social y el desconocimiento mantienen el manto de secretismo en torno al fin de la menstruación y lo que sigue después. No se habla: ni en casa, ni fuera.


Si Carla Romagosa hubiese asociado aquellos primeros sofocos y ese extraño cansancio, con el diagnóstico, cuatro años después, de menopausia precoz —tenía entonces 39—, otra hubiese sido la historia. Pero, ¿cómo iba a suponerlo si no sabía nada de la menopausia? “Las pistas y las señales estaban ahí. Empecé a tener sintomatología a los 35, pero no lo asocié a una menopausia precoz”. Hasta que a los 39, ella, que no tenía hijos y “pretendía ser madre en el tiempo de descuento”, relata, acudió a una clínica de reproducción asistida: “Ahí me dijeron que no tenía reserva ovárica. Fue la señal final. Fui a mi ginecóloga y me lo confirmó: estaba entrando en la menopausia”, explica la mujer, hoy con 47 años.


El fin de la menstruación llega entre los 45 y los 55 años (51 es la edad media en España), según la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia (AEEM). Esta etapa significa el cese de la actividad ovárica y, por tanto, la caída de la producción de las hormonas femeninas, como los estrógenos y la progesterona, que influyen en la regulación de muchos procesos orgánicos. La menopausia, en sentido estricto, es una fecha: la de la última regla. Pero el proceso es paulatino y a su alrededor, antes y después, se desarrolla el climaterio, que es toda esa fase de tránsito entre la edad fértil y el fin de los ciclos menstruales. No es una enfermedad, pero en ese período, que se prolonga durante varios años antes y después de la última regla, sí se producen cambios endocrinológicos y sintomatología que puede repercutir en la calidad de vida de las mujeres.


Sofocos e insomnio

Los efectos más comunes asociados a esta etapa son, según explica Santiago Palacios, portavoz de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia, “primero, la irregularidad menstrual y los síntomas vasomotores, como los sofocos, los sudores o las alteraciones del sueño”. Luego, a medio plazo, entre tres y cinco años tras la última regla, puede aparecer sequedad vaginal, incontinencia urinaria y otros síntomas genitourinarios. A largo plazo, hay otras dolencias asociadas, como la osteoporosis. “Antes se creía que las hormonas eran genitales y hoy se sabe que hay receptores de estrógenos en todas partes del organismo: es un todo y la sintomatología también”, apunta Palacios.


Sin embargo, ni siquiera sobre los síntomas de la menopausia hay unanimidad entre los expertos. Carme Valls, endocrinóloga y autora de Mujeres invisibles para la ciencia (Capitán Swing), limita los efectos del cese de la menstruación a los sofocos y la sequedad vaginal. “Asociar no es lo mismo que causar. Los demás problemas de salud son los que derivan de vivir más de 50 años”, defiende. Un estudio publicado en la revista Menopause concluye que el aumento de depresión, ansiedad, incontinencia urinaria y del índice de masa corporal están más vinculados a la edad; los síntomas vasomotores, los problemas del sueño, la sequedad vaginal, el dolor sexual, el descenso del apetito sexual, la caída de la densidad ósea o el incremento de grasa corporal se asocian a la menopausia.


En lo que sí hay más consenso es en que “no hay dos menopausias iguales”, apostilla Silvia González, secretaria de la junta directiva de la AEEM. Ese es uno de los grandes mitos en torno a esta fase de la vida y, en realidad, cada mujer es un mundo, tanto en el tipo de efectos que manifiestan como en la intensidad. El 80% de ellas experimentan algún síntoma asociado a la menopausia, pero no todas de forma agresiva. De hecho, la prevalencia de problemas vasomotores moderados o graves es incierta: un estudio señala que en Europa era del 40%, en Estados Unidos, del 34%, y en Japón, del 16%.


A Carla le tocaron fuertes sofocos, cansancio y dificultad para conciliar el sueño. También ansiedad y depresión. Por la menopausia —Meno, como ella la llama en confianza—, lloró mucho, se instaló en “una montaña rusa de ciclo premenstrual perpetuo”, se convirtió en una persona arisca, “muy solitaria”, y sufrió dolores por todo el cuerpo, relata en su libro Mi amiga Meno y yo (Navona, 2018).


Pero todo pasa y tiene arreglo. En el caso de Romagosa, con tiempo, terapia hormonal —recetada en las menopausias precoces si no hay factores que lo contraindiquen— y un largo duelo que ella misma termina con una pregunta: ¿por qué nadie me lo había contado antes? “Porque muchas lo asocian a la vejez y parece que eso es malo, porque falta comprensión y comunicación en la sociedad”, reflexiona ahora. Y por desconocimiento: “Yo tuve que rodearme urgentemente de personas que estuviesen en la misma etapa vital que yo, mujeres de 50 años, porque cuando se lo dije a mis amigas, el grado de desconocimiento que tenían sobre esto era muy alto. Para mí fue revelador y tranquilizador juntarme con mujeres en la misma etapa y ver que no me pasaba nada raro, que era normal”.


Normalizar todo el proceso es clave. Son normales los sofocos y no dormir bien —a veces, de hecho, una cosa va con la otra, como vasos comunicantes—. También se puede engordar porque los desequilibrios hormonales afectan al almacenamiento de grasa. Y puede cambiar la apetencia sexual, un poco por el componente fisiológico asociado a la caída de hormonas, pero también influyen otros factores, “como el insomnio, el cansancio, la sequedad vaginal y no atreverse a plantear relaciones sexuales distintas”, conviene Romagosa. Pero que sea normal, no significa que haya que pasarlo mal o sufrir en silencio.


El peso del estigma

Un editorial de la revista The Lancet de hace unos días alertaba tajante: “El estigma, la vergüenza, la falta de conciencia pública y la falta de comunicación significan que, para muchas mujeres, la menopausia se sobrelleva con un sufrimiento silencioso o se la medicaliza en exceso como nada más que una deficiencia hormonal que requiere reemplazo de estrógeno”.


Hay un tabú con la menopausia, coinciden todas las voces consultadas. Y silencio, mucho silencio. “Hay vergüenza por la menopausia y por el envejecimiento en las mujeres. Interiorizamos esa vergüenza y nos preocupa ser identificadas como viejas o incapaces por esto”, lamenta por correo electrónico Martha Hickey, ginecóloga del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Royal Women’s Hospital de Victoria (Australia) y autora de un artículo en el British Medical Journal donde aboga por normalizar la menopausia.


Maria Antònia Roca, de 63 años, todavía recuerda cómo algunas amigas suyas se llevaron las manos a la cabeza cuando montó la Asociación de Mujeres Osteoporosis-Menopausia, HERA, en 2016: “Aún hay mucho estigma y las mujeres que vienen agradecen un espacio para hablar de tú a tú, porque en su casa no hablan. Hay vergüenza y te estigmatizan: eres menopáusica, ya no puedes tener hijos, eres vieja y se te va la juventud. Y a ver, joven no eres, pero mayor tampoco”, apunta Roca. Se dice menopáusica “como un insulto”, protesta González.


A Manuela H., de 49 años, acaban de comunicarle que ya tiene menopausia. Lo veía venir. Llevaba 15 meses sin la menstruación y un tiempo con alteraciones en el patrón del sueño, piel seca y cambios de humor. “Es como una especie de asunción de que vas hacia abajo. No solo estética o físicamente, sino también en el estado de ánimo. Estás más irritable, con sensación de tristeza y coincide en un momento de la vida de más cambios, porque los hijos también se hace mayores”, explica.


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